martes, 23 de junio de 2015

Perdí la cuenta.

La cuenta de las veces que te he dicho adiós ya la he perdido.
Te pienso, duele, me niego el volver a hablarte y sin querer, veo que lo estoy volviendo a hacer.
Y sé que empeoro las cosas a cada paso que doy en tu dirección, pero no puedo no hacerlo. Mi veleta te apunta y el aire sopla fuerte.

domingo, 7 de junio de 2015

Veinti-nada

Veinticuatro días de espera me tuviste en tu portal.
Volví a buscarte noche y día, sin echarme atrás, persiguiendo lo que esta vez pensé que era lo correcto.
Me perdí en el camino, no lo negaré, pero tú eras mi mejor recompensa.
Me diste tanto sin estar, que soñaba con lo que seríamos cuando te tuviera presente.
Hoy, volvía a estar aquí, una vez más. Y pintaba bien la cosa, escuchaba tus pasos directos hacia la puerta, con ganas de abrir, de abrirte y de dejarme pasar.
Llegaba con tanta fuerza que confiaba en entrar no solo en tu casa, sino también en tu corazón, en tu vida y en ti. Todo lo tuyo lo quería como mío.
Abriste.
Y no lloré por puro orgullo pero, me conseguiste emocionar.
Se me abrían las puertas a todos mis sueños - que desde hace tiempo solo ocupabas tú - y me sentía confiada.
Tus ojos me confesaban que me esperabas. Con esa mirada no podía resistirme, me deshacías sin ponerme un dedo encima. ¿Qué llegarías a hacerme estando medio metro más cerca? Ni pensarlo podía.
¿Veinti cuántos días? Daba igual, para mí fueron veinti-nada en el momento en el que dí el paso y pisé el umbral. Estaba dentro y no pensaba marcharme fácilmente. Comenzaba todo lo ansiado.
Comenzábamos.

viernes, 5 de junio de 2015

9.

Nos paramos al llegar a la puerta del McDonald, entramos y pedimos el helado. Físicamente estábamos los dos allí, sentados en una mesa pero, mentalmente yo estaba lejos, muy lejos de aquel sitio.
Con cada paso que había dado a través del centro comercial mi sonrisa debida al beso se había convertido en una cara fruncida debida a mi propia frustración.
Seguía pensando en lo que había hecho. Que sí, que sólo había sido un beso pero joder, lo había dado yo. Eso añade problemas. No era un beso sin sentimientos, no. Era un beso sentido, muy sentido.
Y teniendo novio, al que además quieres, se llama traición en toda regla.

-A ver Marta... ¿tú quieres a Julio? - me pregunté en mi cabeza. - Pues claro, tonta. Es de las personas a las que más quieres en este momento.
-Ey... - noté la mano de Carlos acariciándome la barbilla. - ¿Qué te pasa?

Lo miré con cara de circunstancia pero sin poder pronunciar una sola palabra. No tenía las ideas claras y menos aún para explicárselas a otra persona. A la persona que había causado que estuviera asi. Balbuceé algo pero de mi boca no salía nada con sentido.

-Te arrepientes. Es eso - me dijo un tanto serio. Buscaba mis ojos pero yo le apartaba la mirada.
-No... - soné poco convincente.
-Ya. Mira. No pasa nada, aquí no ha pasado nada, ¿vale? No te sientas mal, Marta.
-No intentes arreglarlo. Te he besado yo. Yo soy la que tiene novio. Es mi culpa y solo mía. Yo... Yo no quería complicarte las cosas. - lo solté todo de golpe.
-Si aquí alguien tiene culpa de algo soy yo. Yo te he... atacado en el ascensor.
-¿Atacado? - consiguió sacarme una sonrisa. - Carlos, no tengo nada claro. Quiero a Julio, ¿sabes? Pero tú... tú consigues algo extraño en mí. Revuelves sentimientos, me remueves el interior. Tengo sensaciones extrañas cuando estoy a tu lado. Parece como si te conociera de toda la vida. - me atreví a mirarle a los ojos. Le brillaban. - ¿No vas a decir nada?
-¿Y que quieres que te diga? ¿Lo que realmente pienso o lo que quieres oír? - subió un poco la voz pero al ver que nos miraba alguna gente volvió a calmarse.
-Lo que piensas... Lo otro no es justo para ti.
-No importa Marta. Haz lo que tengas que hacer. Es tu decisión. ¿Has terminado? - dijo señalando mi helado. Yo asentí.

En el camino a la salida del centro no fui capaz de decir una palabra más. Me sentía mal por él. No tenía culpa. Ni Julio tampoco. Y allí estaba yo, en medio de dos aguas. Dos océanos para nada en calma. Dos océanos que se agitaban fuerte y que me arrastraban cada uno hacia su lado. Dos océanos distintos pero iguales. Blanco o negro. ¿Se basaba en eso mi elección?

-¿Quieres que te acompañe a casa? - me preguntó Carlos una vez fuera.
-Bueno... Pero no hace falta.
-Sí, tranquila. No es problema.

Andamos un rato en silencio pero el maldito tema de conversación no tardó en salir. Parece que ninguno de los dos era capaz de pensar en otra cosa. Esta vez intenté escuchar lo que él quería decirme. Quería que fuera sincero conmigo. Que dejara de pensar en mí y de pensar en Julio. Quería que me dijera lo que él sentía.

-A veces es necesario perderse para encontrarse... - me dijo.
-¿Qué me quieres decir con eso? - le pregunté aún sabiendo lo que significaba.
-Pues... que... A lo mejor no es con Julio con quien debes o quieres estar.
-¿Crees que no le quiero?
-No es eso... Solo que me gustaría ser él - giró la cara tras decirlo.

No tenía nada claro en mi vida y esta situación no iba a ser distinta.
Le miré un rato mientras caminábamos, intentando que dijera algo más. Me gustaba, no podía negarlo. Aquel chaval tenía algo que podía conmigo, y que se echaba un pulso contra mis sentimientos por Julio. De momento estaban en empate.
El fresco del exterior fue como soplo de aire para mis pensamientos. La noche me daba una tregua para despejarme.
El resto del camino a mi casa fue en silencio, pero no del todo incómodo. Simplemente pensábamos sin hablar. Coincidíamos en situación pero no hacíamos partícipe al otro. En estos momentos era mejor reordenarse que expresar.